Así como en el comienzo de la Revolución Industrial existieron movimientos obreros que destruían las máquinas argumentando que eran la causa de sus miserias, hoy se atribuyen algunos o todos los males de la sociedad en que vivimos a las tecnologías de la información.
El hecho de que la aplicación de la tecnología permita crear más riqueza con un menor costo no implica que esta riqueza se va a distribuir mejor .
Vivimos un fenómeno de transformación provocado por la conjunción de las tecnologías informáticas y las tecnologías de comunicaciones, que fundidas en una sola, permiten hacer fluir más cantidad de información, de mejor calidad y a mayor velocidad. Este fenómeno va a transformar hasta las raíces los distintos procesos de producción en las distintas industrias, ya que el flujo de información entre los actores económicos constituye un insumo básico de cualquier proceso productivo. La información hace que una cadena de valor, formada por agentes económicos independientes, se comporte como un todo para generar un bien que los clientes consideran valioso. La capacidad de hacer fluir información de una forma infinitamente más eficiente y eficaz que la forma tradicional, basada fundamentalmente en el movimiento físico de papeles, permite acelerar los procesos, optimizarlos, reducir sus costos, focalizarlos, personalizarlos y una lista muy larga de otros beneficios que hoy apenas somos capaces de vislumbrar. También la información es uno de los pilares de la conformación y funcionamiento de los mercados, y un cambio radical en la forma en que se distribuye la primera hará cambiar sin duda en forma radical a los segundos.
Pero el hecho de que la aplicación de la tecnología permita crear más riqueza con un menor costo no implica que esta riqueza se va a distribuir mejor: el problema de la distribución de la riqueza es un problema de índole socio-económico, no de índole tecnológica. Confundir las causas nos aleja aún más del objetivo de equidad a nivel planetario, que a la luz de la humanidad en que vivimos, parece ya de por sí bastante lejano. Ninguno de los grandes cambios de la historia de la humanidad ha ido a largo plazo, en la dirección de una distribución más equitativa de la riqueza, independientemente de la tecnología utilizada o desarrollada en esa época.
En este marco, afirmaciones como: «Las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC), que mucho pueden aportar – ya lo hacen – al desarrollo humano, también son una fuente de destrucción masiva de empleo» [1] confunden la causa con el efecto. Por más fantásticas que parezcan, las computadoras siguen siendo objetos inertes unidos unos a otros con alambres. Los objetos inertes ni crean ni destruyen empleo: esa es una tarea que nos ha tocado hasta ahora a los humanos, y por lo visto, nos tocará por muchísimos años más. El empleo y el capital constituyen hoy la forma básica y universal de distribución de la riqueza que la sociedad genera, complementados por las políticas impositivas y sociales de los gobiernos que redistribuyen en una u otra dirección lo ya distribuido. Este proceso utiliza tecnología, pero no es determinado por ella.
Por más fantásticas que parezcan, las computadoras siguen siendo objetos inertes unidos unos a otros con alambres. Los objetos inertes ni crean ni destruyen empleo
Los humanos hemos sido incapaces a lo largo de toda nuestra historia de generar un sistema de distribución de la riqueza que permita a cada uno de los integrantes de la especie no ya tener un desarrollo pleno, sino alimentarse mínimamente y acceder a agua limpia para beber. Independientemente de cuánta riqueza seamos capaces de generar y de que tecnología utilicemos para ello, seguimos acaparando alimentos que no necesitamos pero a otros le faltan y asesinándonos unos a otros para resolver nuestros conflictos. Lo hicimos cuando recolectábamos lo que el bosque producía y nos matábamos con piedras, cuando plantábamos sin conocer el arado y nos matábamos con flechas, lo hicimos igual cuando aprendimos a arar y nos matábamos con catapultas y jinetes a caballo, lo hicimos cuando comenzamos a dominar la energía del vapor y nos matábamos con armas de fuego y lo hacemos ahora cuando modificamos genéticamente nuestros alimentos y nos matamos con misiles guiados por láser.
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[1] Semanario Bitácora – El futuro del trabajo: las nuevas tecnologías – Fernando Girard Ochoa (28/05/2003)